Mientras el mundo del deporte
mira a Atenas, un alpinista catalán
ha logrado un éxito primer orden, de espaldas a los costosos despliegues
de los Juegos Olímpicos. Mientras muchos están pendientes
del medallero, Jordi Corominas, junto a un grupo de otros tres alpinistas
catalanes, ha vuelto a poner al alpinismo español en un podio
al que no subía desde 1984, cuando Nil Bohigas y Enric Lucas,
solos, en estilo alpino, abrieron la grandiosa pared sur del Annapurna.
Sin restarle el mérito extraordinario a Juan Oiarzabal y Alberto
Iñurrategui en sus récords, en el coleccionismo de ochomiles, sus
registros no son comparables a las gestas de alpinismo de verdad, con
gran dificultad técnica, exposición y sin ayudas, como
la que ha logrado Corominas con la repetición, por primera vez,
de la ascensión al K-2 por la vía de la Magic Line , los
3.600 metros abiertos en 1986 por los polacos Wojtek Wroz y Przemyslaw
Piasecki y el eslovaco Jozef Bozik. Corominas ha subido y bajado a un
podio inalcanzable, en 18 años, para los mejores himalayistas
del mundo.
Este logro debería servir para
cuestionar a quienes se apropian, con un discurso demagógico y
sensacionalista, del valor de las gestas en la montaña utilizando
sin escrúpulos las televisiones,
alguna ONG, la excusa de las 35 horas semanales o la limpieza del Himalaya
de la mano de multinacionales. Cuando empieza a estar ganada la batalla
contra el dopaje del abuso del oxígeno en el Himalaya y se empieza
a señalar a esa gran mayoría de seudoalpinistas que se
apuntan al coleccionismo de ochomiles por superconcurridas
vías normales, tampoco estaría demás modificar la
nefasta costumbre de ensalzar a quienes sufren tragedias, casi siempre
debidas a sus deficiencias de preparación, a sus errores o a su
ambición desmedida. En el alpinismo de alto nivel los éxitos
se celebran cuando los escaladores regresan íntegros.
Esta lección
debería hacer reflexionar a las federaciones
de montañismo, tanto la española como las autonómicas,
para que asuman su responsabilidad y establezcan clasificaciones. Hoy
celebramos una escalada limpia y no las hazañas de montañeros
ayudados con oxígeno, con cuerdas fijas de otros, sherpas
y a veces con guías profesionales.
Esta culminación
de Corominas y los suyos es el ejemplo de lo que debería ser el
alpinismo. La prueba de que en España
tenemos buenos escaladores y alpinistas, con formación y extraordinaria
preparación técnica y física que saben lo que se
hacen, a los que nadie conoce ni ayuda porque no son famosos. Y no lo
son porque como buenos alpinistas no suelen padecer tragedias fáciles
de vender. Encima, cada año, sin demasiado éxito por cierto,
buscan financiación para sus proyectos y con muchas dificultades
logran realizarlos en montañas del Pirineo, los Alpes, la Patagonia
, Alaska, del Pamir y también del Karakorum y del Himalaya. En
montañas no tan altas pero mucho más difíciles que
los ochomiles famosos. A los que vivimos el alpinismo nos llena
de satisfacción que Corominas haya logrado un éxito de
esta dimensión. Felicitaciones para él, para quienes le
han ayudado y para los pocos que creyeron en el proyecto. Y una última
idea para quienes sufren por el medallero: si no caen suficientes oros
en Atenas, siempre podrán sumar la modesta aportación que
les ofrece el alpinista Jordi Corominas.
Leo Vegué es guía
de alta montaña y director de
Centre de Tecnificació d'Alpinisme de Catalunya.
Publicado en el diario El País
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